A Io largo de esta jornada tuviste la oportunidad de repasar las creencias fundamentales y el estilo de vida que mantenemos como iglesia Adventista del Séptimo Día. El deseo de Dios es darte diariamente el poder vivificante y santificador, para que puedas vivir esas creencias, no como una teoría, sino como parte inherente de tu vida. Dios está más que dispuesto a concedernos su poder, que promoverá cambios en nuestra vida, de tal forma que nuestro carácter se vuelva cada día más semejante al de Cristo.
Es probable que durante este estudio tu realidad espiritual haya sido confrontada con la voluntad de Dios. EI Espíritu Santo operó en tu corazón, mostrándote las áreas de tu vida en las que deben ocurrir cambios. Si tú tienes la firme convicción de Io que Dios te está pidiendo, ¿cuál es, entonces, el siguiente paso que tienes que dar?
El proceso de cambio en nuestra vida espiritual tiene, por Io menos, dos pasos bien definidos. El primero está relacionado con la convicción. Dios emplea diversos medios para mostrarnos Io que es mejor para nuestra vida y los cambios que debemos hacer. Tal vez esa convicción venga a través de un pasaje bíblico, de un sermón, de la voz del Espíritu Santo en nuestra conciencia, del consejo de un hermano o de actos providenciales de Dios. Llega entonces el momento en el que nos convencemos de que Dios pide un cambio en nuestro estilo de vida o en nuestra forma de pensar. La convicción es, entonces, el primer paso.
Pero Ia convicción debe ser seguida por la decisión. De nada vale estar convencido de algo si, de hecho, no Io pongo en práctica. De nada vale tener Ia convicción de que Dios está pidiendo un cambio en mi vida, si no estoy dispuesto a dejar que el Espíritu Santo actúe con su poder, capacitándome para efectuar los cambios necesarios.
Algunos creen que no tiene importancia el tiempo que transcurra entre la convicción y la decisión. Sienten el claro llamado del Espíritu Santo a abandonar algo, pero postergan Ia decisión. “Cuando yo sea adulto, podré hacer esos cambios en mi vida”, piensan algunos jóvenes. “Cuando mi situación financiera mejore. podré comenzar a se, fiel a Dios en Ia devolución de los diezmos y de las ofrendas”, razonan otros. Sin embargo, el caso de Judas nos puede dar una vislumbre de los peligros que corremos con esta actitud.
¿Por qué se perdió Judas?
No nos gusta analizar la vida de Judas. Es más, ni siquiera queremos mencionar su nombre. Toda vez que los escritores de los evangelios mencionan a los discípulos de Jesús, invariablemente colocan a Judas al final, con el calificativo “traidor”. Pero no siempre fue así con Judas. Elena de White nos dice que él comenzó como muchos de nosotros, sintiendo el deseo de ser un verdadero cristiano: ”Aun así cuando Judas se unió a los discípulos no era insensible a la belleza del carácter de Cristo. Sentía la influencia de ese poder divino que atraía a las almas al Salvador” (Elena de White, El Deseado de todos los gentes, edición 2007, p. 173).
¿Qué sucedió, entonces, en el corazón de Judas? ¿Qué determinó que su destino sea tan diferente del de los demás discípulos? En Juan 12, seis días antes de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, es mencionado el interesante relato en el que María derramó un perfume valiosísimo sobre los pies de Jesús. Prontamente Judas la reprendió (e indirectamente censuró también a Jesús). El Salvador amonestó a Judas por su reprensión: “Cristo había censurado a Judas. Antes de eso, el Salvador nunca le había hecho un reproche directo. Ahora la reprensión había provocado resentimiento en su corazón, y resolvió vengarse. De la cena fue directamente al palacio del sumo sacerdote, donde estaba reunido el concilio, y ofreció entregar a Jesús en sus manos” (Elena de White, El Deseado de todos los gentes, edición 2007, p. 339). Así fue forjada la traición de Judas.
Sin embargo, Judas tuvo una semana para meditar sobre su decisión. Debe haber oido predicar a Jesús. Sin duda, el Espíritu Santo trabajó en su corazón. A pesar de todo esto, los momentos culminantes de su decisión ocurrieron en la última cena.
Repasemos los acontecimientos. No podían iniciar la celebración de Ia Pascua hasta que se hubiesen lavado los pies, que era un ritual tanto litúrgico como higiénico. En el hogar, esa tarea era realizada por un siervo. Pero allí no había siervos. Por Io tanto, alguien debía cumplir esa función. Ninguno de los discípulos se dispuso a hacerla. Jesús, deliberadamente, dejó transcurrir algunos minutos. Después comenzó a lavar los pies de los discípulos.
Judas fue el primero cuyos pies fueron lavados. Imagino con qué ternura y amor Jesús le lavó los pies, aunque sabía que ese discípulo Io iba a traicionar. Cuando Cristo ama, los resultados son inmediatos. “Mientras las manos del Salvador estaban bañando esos pies contaminados y secándolos con la toalla, el corazón de Judas se conmovió por completo con el impulso de confesar entonces y allí mismo su pecado” (Elena de White, El Deseado de todos las gentes, edición 2007, p. 395). Judas sintió el deseo casi irrefrenable de confesar su pecado. Durante algunos minutos Judas se inclinó hacia esa dirección. “Pero no quiso humillarse. Endureció su corazón contra el arrepentimiento; y los antiguos impulsos, puestos a un lado por el momento, volvieron a dominarlo” (Elena de White, El Deseado de todos los gentes, edición 2007, p. 395).
El Evangelio de Juan dice que después del rito de la humildad, y al participar de la cena, Jesús anunció que uno de los discípulos Io iba a traicionar (Juan 13:21). Juan preguntó quién era el traidor, y Jesús respondió entregándole el pan mojado a Judas. La Biblia dice que: “Tan pronto como Judas tomó el pan, Satanás entró en él” (Juan 13:27). “En cuanto Judas tomó el pan, salió de allí. Ya era de noche” (Juan 13:30).
Con ese acto Judas selló su destino, Elena de White hace un comentario revelador: ”Hasta que había dado este paso, Judas no había traspasado Ia posibilidad de arrepentirse. Pero cuando abandonó la presencia de su Señor y de sus condiscípulos, había hecho la decisión final. Había cruzado el limite” (Elena de White, El Deseado de todos los gentes, edición 2007, p. 401).
Después de que Cristo fue tomado prisionero, acusado por su conciencia y temiendo las consecuencias de su traición, Judas intentó devolver el dinero, para rescatar a su Maestro. Pero fue inútil. “Judas vio que sus súplicas eran vanas, y salió corriendo de Ia sala exclamando. ’¡Demasiado tarde! iDemasiado tarde!’. Sintió que no podía vivir para ver a Cristo crucificado” desesperado, salió y se ahorcó. (Elena de White, El Deseado de todos los gentes, edición 2007, P. 438).
Peligros en postergar el momento de la decisión
En la experiencia de Judas se pueden ver claramente los peligros de pasar por el momento de Ia decisión y postergarla. Mientras Cristo le lavaba los pies a Judas, este sintió la convicción de confesar allí mismo su pecado. Pero no Io hizo. No avanzó hasta la decisión. ¿Qué sucede cuando tenemos Ia convicción, pero postergamos la decisión? Los antiguos impulsos, puestos a un lado por el momento, vuelven a dominar (Elena de White, El Deseado de todos los gentes, edición 2007, p. 395).
Cuando postergamos la decisión, la convicción se diluye y terminamos en una condición aun peor, porque no solamente somos dominados nuevamente por los viejos impulsos, sino que también endurecemos nuestra conciencia, quedando más insensibles a la voz del Espíritu Santo y apartándonos aún más de Jesús.
Cada vez que pasamos por el momento de la convicción y no tomamos la decisión, nos apartamos un paso más de Cristo. El peligro es que no sabemos en qué momento podremos dar el paso que nos apartará definitivamente de él. Cuando alcanzamos el “punto sin retorno”, el “límite” del que habla Elena de White, quedamos insensibles a la voz del Espíritu Santo y sellamos nuestro destino. Judas cruzó ese limite sin percibirlo. Cuando quiso volver, ya era demasiado tarde, como él mismo Io expresó.
Es por ese motivo que la Biblia insiste en que el momento de la salvación es ahora: “Les digo que este es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de la salvación!” (2 Cor, 6:2). En Io que respecta a la salvación, no debemos esperar hasta mañana. Hoy es el día de Ia salvación (Heb. 3:15; 4:7), porque el mañana no nos pertenece. No compramos nuestro futuro. Si hoy oímos la voz del Espíritu Santo, es hoy que debemos tomar Ia decisión de cambiar.
Si Dios está hablando a tu corazón, no postergues tu decisión. Te invito a caer de rodillas ahora mismo delante de Dios, y tomar la decisión de cambiar. El está más que dispuesto a darte el poder para vivir una vida victoriosa.
Guarda en tu corazón:
Cualquier área que esté fuera del control del Espíritu Santo puede contaminar y arruinar toda la vida. ¿Tienes convicción de algún pecado oculto y acariciado, contra el que vienes luchando hace mucho tiempo y no logras abandonar? En oración habla ahora con el Señor Jesús, exponiéndole las razones que han contribuido a esa debilidad permanente. Clama pidiendo ayuda, y vendrá.


